miércoles, 7 de noviembre de 2007

Dos textos. Dos escritores. Un mismo tema:El reconocimiento de los artistas

La moda y la habilidad, a veces, no van juntas. Eso parecen querer decir el escritor y creador del Nuevo Periodismo Tom Wolfe en “El artista invisible” y el crítico de arte y literato, Robert Hughes en “Réquiem por un peso pluma”.
Wolfe relata la historia de Frederick Hart -un importante escultor del siglo XX- quien no fue reconocido en vida por el mundo artístico. A fines del siglo XX la moda era el arte contemporáneo donde predominaba el arte abstracto y, entonces, las esculturas de Hart -consideradas clásicas- eran vistas como anticuadas. A pesar que Hart realizó muchas obras importantes, ganó concursos y hasta inventó un método de esculturas con resina que lo hizo millonario nunca las revistas de arte publicaron de él o reconocieron su talento. Tom Wolfe termina el ensayo con la teoría que Hart no sería el primer artista importante que murió diez minutos antes que la historia lo absolviera y demostrara que estaba en lo cierto.
Por su parte, Robert Hughes narra la historia del artista callejero Jean-Michel Basquiat que, por el contrario de Hart, sí ha contado con muchísima fama en su corta vida –murió de sobredosis a los 27-. El escritor considera que Basquiat no contaba realmente con la destreza necesaria para ser apreciado como un gran artista, sino más bien que se trataba de un producto de moda al que vendían como “un joven negro, novedoso y de talento autodestructivo”. Hughes llegó a la conclusión de que si hay algo que le guste más al sistema de la moda que un joven y nuevo artista es el joven y nuevo artista muerto, ya que considera que eso lo hizo más famoso.
Ambos autores deliberan de forma parecida en sus textos sobre el mundo del arte en el siglo XX, más precisamente en los 80’. Así como Tom Wolfe quiere que la historia absuelva a Hart –como se hizo con Bach, hoy considerado entre los mejores músicos del mundo pero en su época calificado de anticuado y de poco reconocimiento- Robert Hughes creé que, si la fama de Basquiat sobrevive al entusiasmo póstumo, quedaría demostrado que la muerte puede más que la habilidad y hasta llega a considerar -de forma un tanto extremista y dura- a los admiradores de Basquiat con los grupos de pro-vida, que adoran al feto y hablan de lo que hubiera llegado a ser de haber nacido.

Gabriela Levite