martes, 20 de noviembre de 2007

Sobreviviendo al personaje

Los motoqueros esperan impacientes en la puerta del canal. Llevan y traen papeles y tapes que necesitan de las firmas autorizadas para seguir con sus recorridos establecidos. De a poco forman una fila. Sus uniformes indican diferentes empresas de mensajería. Los firmantes se acercan a paso lento, estampan un garabato en las planillas y regresan a sus puestos. Eso basta para que, algunos de los inquietos trabajadores continúen con su itinerario. Todo indicaría que ellos fueron afortunados. Sin embargo, para los que todavía esperan, falta lo mejor. Es martes y el reloj marca las 17.15. De América TV, en Fitz Roy 1650, Palermo, se retira la vedette Cinthia Fernández, la última eliminada del programa Gran Hermano. Célebre por acusar al humorista Tristán de golpearla. Su pantalón blanco, ajustado al punto que dificultaría la respiración de cualquier ser mundano, sirve de consuelo a los muchachos que ahora se encolumnan para saludarla y expresar su amor eterno. La joven les sonríe, sube a un auto y se marcha. Ahora es el momento de Luis Ventura, el co-conductor de Intrusos en el espectáculo www.america2.com.ar, complemento del reality. Sale, pero a ninguno parece importarle y vuelven a esperar.



Abre las puertas del estudio y avanza hacia la calle. Tiene el rostro serio, duro. Es curioso pues hace minutos, en la trasmisión en vivo de Intrusos lucía un impecable traje. Ahora, viste elegante sport. Una imponente campera de cuero negro cubre buena parte de su cuerpo. Su intimidante contextura lo obliga a bajar la vista para encontrarme y sugerirme que vayamos a hacer la nota al “kioskito de al lado”. Acepto. Previo saludo al personal de seguridad, tira de la enorme puerta de vidrio, avanza y la suelta. Tengo que volver a abrirla para seguirle los pasos.
Toma asiento en una de las incómodas sillas del local. Intenta lograr una posición confortable pero es imposible. “Disculpá pero es mi desayuno y almuerzo”, se justifica mientras espera una tarta. Apoya una revista y un par de celulares, que durante el transcurso de la entrevista sonaran sin cesar, sobre una de las mínimas mesas del local, también minúsculo. Se levanta, se acerca a una heladera, elige una bebida. Cuando parece que el contexto está bajo control, se sienta dispuesto a prestar su tiempo. Sin embargo, sus ojos demuestran lo contrario. Van y vienen. Vigilan mi espalda y sus laterales.
Primero su elevadísimo tono de voz, al punto que me tienta recordarle que estoy frente a él y lo puedo escuchar bien, y luego, los desagradables restos de verdura de la tarta que mastica sin interrumpir su parlamento, retiran mi atención de su mirada cuasi paranoica. De pronto reflexiona: “Esto me engorda porque no es buena comida. Tengo malos horarios. ¿Qué voy a hacer? Laburo mucho. Tengo el programa, escribo acá (una columna de opinión en la revista Paparazzi wwww.paparazzirevista.com.ar que dirige), y para el exterior. Hago dos páginas todos los fines de semana para el diario El País de Uruguay wwww.elpais.com.uy y para sitios de Internet de Chile y Colombia”.
Junto con el conductor, Jorge Rial, Ventura es uno de los íconos del periodismo del espectáculo. Paralelamente, poco se sabe de su vida privada. Quizá algunos conozcan su fanatismo por el club de sus amores, Lanús. Pero pocos saben de su origen brasilero. “Soy el único de la familia que nació en San Pablo. Mi papá fue a jugar al fútbol y terminó siendo periodista. Mi mamá fue como bailarina y terminó ama de casa, esposa y madre”, sintetiza.
Para no esquivar la tradición familiar, Ventura estudió cinco años de Ingeniería. Cambió por periodismo deportivo y terminó chimentero. “Hice una carrera invertida. Ingeniería era para la familia porque imaginaban que lo mejor para mí era tener un título. Además, empecé la carrera por amistad. Mi mejor amigo la había seguido y, para no traicionarlo espiritualmente, lo seguí. Encima yo era bueno en física y matemática. Pero no me di cuenta que mi vocación era otra”, confiesa entre bocado y bocado de lo que fue una tarta. Sigue: “Nunca tuve en cuenta el periodismo. El oficio comenzó conmigo, formaba parte de mí. A los dos meses de haber nacido mi viejo me llevó a la redacción del diario Crónica donde trabajaba. Estaba dentro del arte, cuando el diseño tenía criterio periodístico –continúa- Ingeniería se me complicó a medida que fui avanzando. Para dar una materia pasaba seis meses encerrado estudiando. No comía y me enfermaba. Me di cuenta que eso no era para mí. Cuando me ofrecieron cubrir el Mundial de Buenos Aires me decidí. Se va a la mierda Ingeniería”, detalla Ventura que para ese entonces, 1978, trabajaba en la revista Goles. “Ganaba buena guita”, apunta.
Su mirada parece, de a poco, involucrarse en la conversación. Se serena al hablar de su barrio, donde jura se puede hallar al Ventura real, “al Luisito que Doña Tota de 80 años vio crecer”. Advierte rotundo: “Yo soy Lanús. Lanús es Ventura. Me mudé varias veces a distintos barrios porteños pero en todos había un momento del día donde me angustiaba y me tomaba un taxi o un colectivo para volver y respirar 10 minutos de Lanús. Hasta que frené y me pregunté para qué hacía todo eso”. Sin importarle la opinión de su pareja, Stella Maris, madre de sus hijos Facundo (20) y Nahuel (17), y ex secretaria de Roberto Galán, se instaló para siempre en el sur bonaerense.
En Lanús, si no fuera por su par de costillas fisuradas y la consiguiente rehabilitación, sus fines de semana consisten en jugar a la pelota todos los sábados a la tarde en cancha de 11 y los domingos a la mañana, papi. “El fútbol es mi cable a tierra pero cada vez estoy más irracional. Me volví un viejo cascarrabias”, se sincera.
Un pasado deportivo, que incluyó jugar en las inferiores del “Granate”, un paso por Victoriano Arenas, una pretemporada con Huracán y la oportunidad de formar parte de The Strongest, en Bolivia, convalidan sus conocimientos de vestuarios. Con esto y las coberturas de los partidos de Argentinos Juniors cuando surgía Diego Maradona, se inspiró y escribió la novela Diego Miserias, cuyo final redactará recién cuando se jubile. “Diego, por el emblemático de la villa. El futbolista que llega a crack, que sale de una cuna muy humilde y que se lleva por delante la fama, la guita y los millones. Y Miserias porque hacía un doble juego con el apellido: la realidad de ese personaje, miserable en su infancia y cuando fue grande, desde otro lugar, no ya desde lo económico”, explica y subraya por si quedan dudas: “La obra la tengo clarísima”.
Ventura revela que, por estos días, le llueven propuestas para escribir. Aunque le ofrecen muy buenos contratos y muy buena plata para que descubra la otra cara de la verdad sobre política, fútbol y espectáculos, no tiene tiempo suficiente para aceptar. Lo que afirma es literal al punto que, entre llamado y llamado de alguno de sus teléfonos, apenas tiene oportunidad de respirar y empezar con su segundo plato: un sándwich de tomate y jamón, como descubre su boca.
Según asegura, el Ventura de la televisión es un personaje, distinto al que está frente a mí, que saluda a sus conocidos y se hace tiempo para atender a un representante de teatro independiente que le pide que lo nombre en Intrusos. Retoma la conversación: “De un noticiero o periodístico quiero que el tipo que esté del otro lado me diga las cosas de frente. Pero dan vueltas, insinúan. Amagan, amagan y nunca tiran. Porque no son periodistas. Tienen miedo a las consecuencias. Todo eso me fue dando un costadito para convertirme en uno de los más lanzados. Así, logré un lugar en la pantalla. Pero me pasó y me pasa de dar información inexacta. Me cuesta salir a rectificarme pero si tengo que hacerlo, lo hago”.
La ética profesional pareciera justificar el hecho que del material que recibe, Ventura sólo hace público el 30 por ciento. Sin embargo, la causa es otra: no vende.
“Para mí, no hay límites. Rial sabe, antes de empezar cada programa, lo que yo calzo. Si quiere que lo desarrolle o no es un tema de él. Pero ‘Pata’ Villanueva no puede decir: ‘no se metan en mi vida privada’, cuando ella nos abrió las puertas de su casa. Para hacer periodismo no necesito que me den notas. La nota siempre está. Hagan o no una declaración. Si no me quieren dar una entrevista, no tendré su testimonio pero sí tengo su historia. Digo y hago explícito lo que siento ¿El otro? Me cago en el otro”, concluye tajante mientras deglute el último bocado.



Marieta Montenero