domingo, 9 de diciembre de 2007

Una historia viva entre libros

“El otro día un nene me vio y le dijo a su mamá: ‘viste que existen los indios’”, recuerda Lorenzo Pincén, lonko de Trenque Lauquen. “Cacique en español –aclara- Tengo 70 años y esta es mi primera vez en la Feria del Libro”. Al principio dudé de la veracidad de su relato. Sus ojos semiabiertos, de somnoliento, y su aliento mentolado competían con sus ropas de Cacique. Más tarde reconocí su hálito en las populares filas de personas deseosas de tomar gratis un Fernet de menta para acompañar el recorrido. Con todo, decidí conversar con Lorenzo. Y creerle.
Antes de mi llegada al stand 400 de la Cooperativa de Libreros Edicol Limitada, del Pabellón Azul, de la Feria Internacional del Libro 2007, Pincén estaba en una esquina sentado en un banco de plástico. Custodiaba las revistas Aborigen Argentino. Me paré ante un gran cartel con la cara de un indio. Me llamó la atención la dureza del rostro, parecía triste. Esa imagen era la misma que aparecía en las tapas de las publicaciones. Agarré una y la hojeé. Pensé que su valor a diez pesos era excesivo para las pocas hojas que tenía. Supuse que el precio era por la alta calidad de impresión, las páginas parecían plastificadas.

“¿Quiere que se la autografíe?”, me preguntó una voz. Casi río, pensé que era una broma. Me di vuelta y sí, se estaba dirigiendo a mí. Vaya sorpresa, me estaba hablando un hombre mayor, con una vincha negra y blanca que rodeaba su cabeza de canosos y abundantes cabellos. Un poncho negro con dibujos blancos, similares a los de su vincha, cubría por completo su cuerpo hasta los pies. “Es igual al hombre del cartel”, pensé. Era un hecho: la noche del viernes 4 de mayo, mi entrevistado me acababa de elegir.
“¿Le puedo hacer una entrevista?”, pregunté sin imaginar que sería la contraseña para abrir la puerta a una extensa charla. El lonko pareció despertar. Noté un brillo especial en su mirada. Se incorporó y después de presentarse, habló de la revista: “No hay otras publicaciones como Aborigen Argentino. Queremos que conozcan nuestras costumbres, nuestras vivencias. Representamos comunidades de más de cuatro millones de indígenas”. Claro, el lugar elegido para la divulgación de tal proyecto fue la 33° edición de la Feria Internacional del Libro que terminó el pasado 7 de mayo con más de un millón doscientos mil asistentes. Así, las ventas superaron la edición del 2006 entre un 20 y 50 por ciento. Además fue la primera vez que el evento cubrió los 145 mil metros cuadrados del predio de la Sociedad Rural de Palermo.
Mientras Pincén hablaba, como si lo hubiese rescatado de la sedimentaria tarea de firmar revistas, uno de los escritores estrella de este evento cultural nos pasó por al lado. El autor de Los mitos argentinos III, Felipe Pigna, caminaba rodeado por hombres que le hablaban y saludaban con gentileza. Parecía apurado. Por los altoparlantes se anunciaba su presencia en la Sala Victoria Ocampo. Casi corría. Era la hora de la presentación de Historia argentina con drama y humor y Mártires y verdugos, y a Pigna todavía le quedaban varios Pabellones por recorrer hasta llegar a la cita.
Momentos antes había pasado el ministro de Educación, Daniel Filmus, también candidato a jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Salía del stand 722 del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología. Así, la Feria funcionó como cita obligada de políticos en plena campaña, actores y actrices convertidos a la escritura, y hasta personajes mediáticos, que recién salidos de la televisión, estamparon sus firmas en los productos adquiridos por un público que, en su mayoría, avanzaba por los pasillos con cámaras de fotos a la caza de alguna cara famosa.
Resultaba extraño, y no menos chocante, el hecho de que Pincén tuviera que ofrecerse a firmar ejemplares de Aborigen Argentino. Sucede que el nombre completo de Lorenzo es Ulmen Buta Lonko Lonko Buta Toqui. Es bisnieto del Cacique Vicente Pincén, “el último malonero Pampa”, vencido por el general Argentino Roca en la Campaña del Desierto en 1878.
“Mi madre me dio el mando en 1983, antes de morir. Le correspondía al primer hijo varón pero como mis hermanos renunciaron, porque no querían reconocerse como indios, me lo entregó a mí. Trabajo a tiempo total, como dicen los ingleses: full time. Estoy divorciado y tengo cinco hijos grandes”, explica el Cacique. En honor a su mamá bautizó a la escuela que tiene en Trenque Lauquen Marcelina Pincén. “Doy coloquios, soy tutor. Tengo más de 20 chicos de séptimo grado para arriba y les enseño nuestro idioma, las ceremonias, los símbolos y la historia. Hablamos Mapudungún, que significa voz de la tierra. Los chicos ya lo están haciendo bien. También vienen los padres. Pasamos 40 horas semanales. Tiempo atrás los nenes no se querían hacer indios. Ahora es distinto. Con orgullo repiten: ‘Mari mari peñi’, hola que tal hermano”, explica.
Lorenzo trabajó en la Feria todos los días de 14 a 22. “Cansa un poco pero me estoy acostumbrado. Pero para mí es habitual dar charlas a los chicos en las escuelas, siempre parado. Nunca nos rechazaron. Al contrario, las maestras quieren que vuelva. Hago una tarea educativa muy importante porque no sólo llego a las mentes de los chicos sino que también a sus corazones. Nuestros abuelos, que han sufrido tanto, por lo menos saben que sus nietos les están dando la posibilidad de que descansen en paz”.
Además de las charlas en las instituciones educativas, Pincén colabora con las Naciones Unidas. “Formamos un grupo de trabajo sobre las poblaciones indígenas que está dentro de los Derechos Humanos. La ONU tiene un pequeño presupuesto con el que nos invitan para hablar sobre nuestros temas. Por eso conozco Ginebra, París y Bélgica”. Ocurre que el Cacique Pincén es un experto en legislación internacional acerca de temáticas indígenas. Y enfatiza: “Indígenas, no originarios. Los originarios provienen de los arios de Europa. Nosotros somos indígenas y todos los derechos de Naciones Unidas utilizan este término. Luego lo bajan a las Naciones, como Argentina, que deben hacer leyes que nos nombre como tales. Así estamos reconocidos. Lo de pueblos originarios es una manera de que perdamos nuestros derechos, nuestra identidad”.
Sobre sus viajes al exterior, Lorenzo concluye que siempre fueron bien recibidos, pero sentencia: “Los extranjeros se sienten culpables de lo que ha ocurrido. Es cierto que no los odiamos pero tenemos memoria. Por eso hacemos reclamos formales ante la ONU para que se logre la descolonización y desmilitarización del polo norte al polo sur de América. Para que los países vuelvan a ser libres e independientes, como lo eran antes de octubre de 1492. Eso es posible. Algunos piensan que es una utopía. Pero en 1960 surgió, en el seno de Naciones Unidas, destruir el colonialismo en el mundo. La Resolución 1514 sirvió para descolonizar África. En América, se formaron Estados y Repúblicas, pero son todos colonialistas, de la época posterior a Colón. Tienen que devolver esos territorios”.
Este Cacique Pampa Mapuche de Trenque Lauquen hablaba sin respiro. Sólo tomaba aire cuando alguien cortaba su discurso para saludarlo o pedirle que pose para una fotografía. Pincén saludó a todos con amabilidad y accedió a los pedidos. Las pocas arrugas de su rostro moreno, su buen oído, a pesar del bullicio, y su vitalidad para responder disimulaban los años que aseguró tener.
Acariciando sus ropas, Lorenzo indica que uno de los factores que logra llamar la atención de los paseantes es su makuñ (poncho). “La vestimenta del lonko proviene de una dinastía. Todo nuestro hacer refiere al kallfü wenu, el cielo”, define mientras sus conocidos lo saludan y rodean, igual que a Pigna hace un rato. Es momento de irme. Antes, me firma un ejemplar previo pago de diez pesos. “Ñi laminen Marieta meu poye”, escribe en la página 13. Pincén traduce: “Para mi hermana Marieta con cariño”.
“¿Me puede dar un teléfono en caso de tener que consultarlo?”, le pido. “Mejor, te dejo mi mail”, responde el lonko y anota: “Ulmen_pincen@yahoo.com.ar”. Cuando termina, ofrece posar para una foto. “No tengo cámara”, le aclaro. “Pensé que eso sacaba fotos”, dice señalando mi grabador. Luego me abraza fuerte durante un largo rato. Tanto, que me tengo que separar. Me da un beso y otra vez, la menta lo invade todo.


Marieta Montenero

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